10 de junio de 1918
"Gustavo le Bon, el renombrado psicólogo de las muchedumbres, ha escrito recientemente:
Irrealizable por medio de las instituciones, la descentralización es realizable por medio de las costumbres. Cuando los intereses locales se agrupen para resolver por si mismos las cuestiones sin la asistencia del estado, cuando los sindicatos, las cooperativas adquieran cierta fuerza, la descentralización se efectuará por si propia sin necesidad de ley alguna.
Esto que señala G. le Bon, refiriéndose principalmente a su país y a los intereses materiales, se puede aplicar de igual manera a España y a aquellos estímulos de orden social y espiritual que se cifran en la educación del pueblo y en el culto del Arte.
¿Cómo dudar, por ejemplo y sin citar más que este caso, de que los albores de la renaixensa catalana hay que buscarlos en la creación de los Coros Clavé? Sin proponérselo en la política, Clavé fue el descentralizador más activo y práctico que tuvo Cataluña en el siglo XIX; y perdonen los federales, "los mestres en gay saber" y los diversos iniciadores del catalanismo.
Madrid, patria común, tierra de amigos, tendrá dentro de breve plazo ocasión de conocer, y espera también de aclamar, un novísimo y sorprendente caso de descentralización educativa y artística, no solo en el orden nacional, sino en el regional.
Si queremos, verbigracia, saludar en tierra aragonesa el gonfalón señero y señoril de la cultura popular por medio de la música, lo natural será buscarlo, primero en Zaragoza, y cuando no en "la Inmortal", en cualquiera de las otras ciudades de Aragón que por la capitalidad de provincia, la sede episcopal, la situación topográfica, etc., tienen importancia y medios para cierto género de empresas colectivas.
A nadie se le ocurrirá ir a buscar el primer Orfeón aragonés, y uno de los mejores y más españoles que hay en toda España, allá en un pueblo arrinconados en las faldas del Pirineo, alejado que se yo cuantos kilómetros de toda vía férrea, y sin más significación en nuestra geografía política que la puramente romántica y medieval del condado de Ribagorza.
Pues, sin embargo, así es. Una vieja y pequeña villa del Pirineo es quien posee y tremola hoy en todo Aragón con el más noble de los triunfos, que es el triunfo artístico, el gonfalón señero y señoril de la cultura popular según el evangelio del apóstol Clavé.
Pero el nombre obliga y el renombre siempre es propicio. Toda España conoce ese pueblo; porque ¿quién no ha oído en España hablar del león de Graus? En aquellos parajes donde resonó por última vez la trompeta apocalíptica de Joaquín costa, como en otros breñales pirenaicos resonaran los últimos y angustiosos ecos de la épica trompa de Roldán, suena hoy la voz del pueblo aragonés, llevada por sendos grupos de mozos y mozas de diversas clases sociales, acomodándola a los cantos más expresivos y típicos de la patria, no solo de la patria pequeña, sino de la íntegra y total, y a la música sublime con que Beethoven, Bach, Wagner, Schumann, nuestro gran Victoria y el llorado Granados, rompieron gloriosamente las fronteras.
No ya en lo admirable, sino en lo portentoso, raya lo que esto representa, como labor social, como esfuerzo artístico y como ejemplarísimo caso de descentralización, realizado en un pueblo de menos de 2.800 habitantes, perdido entre los peñascales del Pirineo y desprovisto de todo amparo oficial.
El Orfeón de Graus, en cuyas voces vibra el pujante y renovador hálito de Joaquín Costa, aspira a que Madrid le conozca y refrende los triunfos alcanzados en Zaragoza y no ha mucho en Barcelona, en el suntuosos Palay de la Música Catalana. A fin de preparar esta expedición -tan honrosa para Madrid como para aquellos generosos campeones de Arte y del renombre de su tierra- se celebrará hoy lunes, a las diez de la noche, una reunión en el Círculo Aragonés bajo la presidencia de don Antonio Royo y Villanova.
Sirvan las presentes líneas de noticia, así como también de plena adhesión por parte de EL SOL, y de salutación, por la mía, al benemérito Orfeón de Graus y a su director don Manuel Borguñó, hijo de Sabadell que merece ser hijo predilecto de toda España, de toda la España que contra viento y Marea está forjando su renovación por los puros medios de la cultura general y la educación de las muchedumbres.
Porque el Orfeón de Graus, si ha sabido descentralizar en Aragón lo que suele ser patrimonio exclusivo de las ciudades populosas y prósperas, no ha sido para encerrarse luego en un regionalismo estrecho, en un localismo montañés, en una curiosidad lugareña.
Todo lo contrario, y esta es cabalmente la descentralización bien entendida. El Orfeón de Graus, así como por encima de las fronteras y a través de las naciones se asoma a Alemania y se asimila lo mejor de su música para hacerla resonar entre las rocas del Pirineo, se asoma igualmente a toda España para empaparse en sus cantos populares, logrando en la dignificación del gusto ajeno la depuración del gusto propio.
Según mis noticias, que los hechos confirmarán seguramente, esos modestos y arrinconados diletantes, como decía don Francisco Goya, a quienes una magistral dirección y el propio tesón aragonés han dado ya categoría de artistas, lo mismo que se atreven victoriosamente con Bach, Beethoven y Wagner, la emprenden con los cánticos viejo de Castilla.
Mientras la masa coral -¡fíjese el lector en que esto pasa en Graus!- ensaya nada menos que la Novena Sinfonía, una señorita del Orfeón hace resurgir con singular donaire las auténticas coplas de La Caramba, la celebérrima tonadillera matritense del siglo XVIII. ¡Mal año para las chabacanas cupleteras que andan por ahí rompiendo los oídos y corrompiendo el gusto!
Gusto, y del más fino, según mis informes, muestra este Orfeón aragonés en la selección de sus cantos regionales. Son los permanentes y castizos, ni antiguos ni modernos, de un Aragón a quien se viene falsificando pertinazmente en ciertas llamadas "fiestas de la Jota" que siempre suenan a lo mismo y se cantan y bailan en Filadelfia lo mismo que en la feria de Haro. El Orfeón de Graus, entre otros cánticos de suave color y castizo sabor, entona unas "albadas" con las cuales se les refrescará gratamente el paladar a los que no conocen más música aragonesa que la "delirante jota", como ponía don José Arana en sus carteles de toros, tan manoseada en la bullanga plebeya como en el artificio teatral.
El Orfeón de Graus ha echado por otros caminos. Así como son de innumerables las vías del Señor, son de diversas y fecundas las sendas del revivir hispánico. "¡Oh España, España! (exclamaba don Alfonso el Sabio, rey de Castilla y de León y yerno del rey de Aragón): ¿quién dirá de tu variedad y tu riqueza?".
MARIANO DE CAVIA
Mariano de Cavia, periodista zaragozano, 1855-1920 |
El Sol, 10 de junio de 1918
Fabuloso!
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