Este artículo publicado en El Ribagorzano parece un discurso dirigido a los orfeonistas, en contestación a alguna polémica política surgida en Graus a finales de 1915, en la que se pudo atacar al Orfeón y su director.
"En el concierto universal de los seres humanos tres principios se distinguen en la lucha perpetua: la fuerza, la razón y el amor.
Vosotros, orfeonistas, habéis podido observar dentro de vuestra masa coral, que la fuerza de la intriga, la fuerza de la envidia, quiso invadir vuestras filas pero la opusisteis la fuerza de la razón, y cuando la razón da un paso, precisa que la fuerza retroceda, porque la razón no puede retroceder.
Por eso, a medida que aumentan las dificultades, a medida que quieren sembrar la desconfianza entre vosotros, aumenta el entusiasmo, estrecháis más y más las filas del compañerismo, sentís mayor cariñoso respeto por vuestro profesor, y ¿sabéis por qué? Porque la música y la poesía son hermanas, y la poesía y la música engendraron la libertad. Esta, la libertad, es el ideal divino del hombre, porque ella es el sueño primero de la juventud, que no se borra de nuestra alma sino cuando el corazón se gasta y el espíritu se envilece y desalienta.
Quien tenga espíritu mezquino, no puede estar entre quienes como vosotros los orfeonistas sabéis cultivar un ideal. Del resultado de vuestra labor, no debo hablar yo, habla Zaragoza, que premió con aplauso vuestro esfuerzo, del que levantamos acta al colocar aquella corbata sobre el asta de nuestra hermosa enseña. Yo espero, con gran fundamento, que dentro de poco tiempo añadiréis nuevos trofeos en próximas campañas por Barcelona y Madrid y conquistaréis timbres de gloria para el pueblo gradense que tuvo la dicha de veros nacer. Yo me siento orgulloso de vuestros triunfos, porque sois un pedazo de mi patria; vuestras victorias, mal que os pese, son para Graus a cuya villa enaltecéis, y para que la patria se levante, precisa que la sombra augusta de este pueblo querido tenga asiento en el corazón. Alguien me ha preguntado:
¿Para qué sirve este organismo, que llamáis orfeón?
¿Qué fines cumple? ¿Cuáles son sus resultados? Esto todos mis lectores lo saben. Sirve para ensanchar las fronteras de esta villa, llevando su nombre querido a extrañas tierras, que si hijos gloriosos la dieron timbres de gloria, vosotros, orfeonistas, sabréis sostenerlos y aumentarlos; cumple fines de alta pedagogía, infiltrando en el espíritu, no cultivado hasta hoy, los sentimientos del arte; educa el gusto y estrecha los lazos de la fraternidad humana; transforma los sentimientos y hace sentir los pesares ajenos como suyos propios, porque el arte siempre fue amoroso y sentimental, es universal y eterno y habla el tierno idioma del sentimiento.
Para avanzar en este camino glorioso hacen falta dos cosas: perseverancia y disciplina. No dio a luz la madre ningún hijo robusto si no es a fuerza de dolores; no se llega a ganar la altura, sin fatigosa ascensión por camino escabroso; no se ganan batallas sino domina la disciplina, si no se obedece al general que la dirige; sin el reconocimiento de autoridad a vuestro Director: Y puesto que me habéis hecho el favor de obligarme a dirigiros la palabra, que con tanta bondad me habéis escuchado, quiero recabar de vosotros una promesa aquí, junto a vuestra enseña gloriosa.
¿Prometéis, hijos de Graus, sentir hoy más entusiasmo que nunca por el Orfeón? ¡Sí...!
¿Prometéis no faltar a los ensayos y actuar con respeto la autoridad de vuestro Director? ¡Sí...!
(Aplausos prolongados y entusiastas)
Al igual que el soldado en el ejército, habéis jurado la bandera, y si no sois perjuros, si cumplís como buenos, no tardaré en reunirnos para colgar nuevos triunfos en ese pendón que simboliza la gloriosa obra de vuestra perseverancia.
Yo estoy contento, me siento entusiasmado al encontrarme entre vosotros, gozo de veros gozar, siento vuestros triunfos como míos, constituís hoy una prolongación de mi familia, siento más honda hacia todos el dulce néctar del amor, ese supremo poder del corazón, misterioso entusiasmo que entraña en si la poesía, el heroísmo y la virtud.
Tomás Costa."
El Ribagorzano, 7 de diciembre de 1915.
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